¿No hay en todos nosotros un narrador interno que nos cuenta cómo es nuestra vida, dotándola de sentido? Un tipo que nunca se calla y que se empeña en asignarnos un rol que interpretamos a pie juntillas. Pero, ¿es de fiar? Sartre y otros estudiosos de la psique humana nos advierten sobre el poder de estas historias, no solo para hacer la vida más comprensible, sino también para limitarnos en nuestros propios papeles.
Con más frecuencia de la que quisiera me sorprendo persiguiendo una sucesión de pensamientos surgidos de la nada. Ahora mismo, entre la frase anterior y la siguiente, he vuelto a hacerlo. Algo me dice que, en realidad, ese narrador me distrae, me aleja de la experiencia. Sus ideas no son creativas, no se pueden materializar ni contrastar. En cierto modo me alejan de la realidad.
No estoy hablando de la rumiación, ese rasgo psicológico desadaptativo, donde el doliente se centra repetitivamente en los aspectos difíciles o negativos. Sino de nuestra tendencia innata a contar lo que vivimos. Incluso las cuestiones más triviales, propias de nuestra memoria prospectiva, «me tengo que acordar de sacar dinero cuando pases por el cajero», o interpretaciones irreflexivas «si no me ha llamado es porque le ha sentado mal algo que le he dicho» o «esta persona que no conozco de nada es tímida porque no me mira a los ojos». Sartre nos daba a escoger: vivir o contar. «Al contar la vida —escribía en La Náusea¹— todo cambia; sólo que es un cambio que nadie nota; la prueba es que se habla de historias verdaderas. Como si pudiera haber historias verdaderas; los acontecimientos se producen en un sentido, y nosotros los contamos en sentido inverso». Esto sugiere que, al narrar, imponemos un orden y una lógica que no existen de forma objetiva en los hechos; interpretamos nuestra experiencia desde un marco subjetivo que a menudo simplifica la realidad.
Por otro lado, ¿podemos relacionarnos con la realidad sin reducirla de algún modo? ¿Cómo comunicamos nuestras experiencias si no es a través de una versión simplificada, subjetiva —y por tanto adulterada— de los hechos?
Así como Sartre nos advertía que nuestras historias alteran la percepción de los hechos, la psicología encuentra en estas narrativas internas un vehículo que da forma a nuestra identidad, pero también la encierra en expectativas limitantes, que influyen en nuestra identidad y emociones. Según Alasdair MacIntyre², nuestras acciones solo adquieren sentido como parte de una «vida narrativa», lo que implica que nuestras experiencias no son simplemente una secuencia de eventos, sino fragmentos de una historia que construimos y que, a su vez, nos define. Peter Goldie³ agrega que nuestra vida tiene una «estructura narrativa» inherente que da forma a cómo entendemos nuestras emociones y las de los demás. A través de estas historias, los “scripts” sociales y familiares moldean nuestras expectativas y autoconcepto; por ejemplo, el guion de «el buen amigo» o «el trabajador exitoso» encasilla comportamientos, generando un juicio constante hacia uno mismo y hacia los otros. Esto tiene el poder de limitarnos, pues nos lleva a cumplir con ciertos papeles sin cuestionarlos, restringiendo así nuestras posibilidades de ser.
Dicho de otra manera, esta voz interna, además de nuestra biógrafa es juez universal. Tan segura está de su interpretación de la realidad que se permite dictaminar las intenciones detrás del comportamiento de las personas. Es la directora de la película en la que nos creemos vivir. Según la filósofa Elisabeth Camp³, la diferencia entre vivir dentro de una narrativa y adoptar una perspectiva abierta es esencial para liberar nuestro potencial. Describe la perspectiva como algo más complejo que una simple «visión». Argumenta que una perspectiva nos orienta y organiza nuestras experiencias sin la rigidez de una estructura narrativa. Cuando vivimos desde una narrativa, estamos limitados por un guion; en cambio, cuando ampliamos nuestra perspectiva, dejamos de vernos como protagonistas de una historia y pasamos a experimentar la vida como una serie de eventos que pueden interpretarse de muchas maneras. Así, nos damos la oportunidad de explorar significados y posibilidades más allá de una narrativa fija, entrando en contacto con una mayor autenticidad, saboreando, por así decir, la vida en sí y no su representación léxica.
La idea filosófica es atractiva y con sentido, ¿pero cómo me libero de esa narrativa? ¿Cómo silencio el narrador? Alan Watts⁵, en sus discursos sobre la meditación y el autoconocimiento, señala que nuestra obsesión con el pensamiento constante nos impide vivir en el «ahora». En su ensayo Stop Talking to Yourself, nos anima a desconectarnos del “interminable parloteo” mental y experimentar la vida sin imponerle una narrativa. Watts explica que meditar no tiene un propósito en el sentido tradicional: «no estás meditando porque el futuro es un concepto; no existe». Al buscar en la meditación una meta o una utilidad —como mejorar nuestra mente o alcanzar un estado ideal— perpetuamos la narrativa y nos alejamos de la experiencia inmediata. Para Watts, al dejar de identificarnos con el «yo narrativo», podemos vivir una unidad plena con el presente, un “ahora eterno” donde las divisiones entre “yo” y el universo se disuelven. Así, en lugar de forzar un relato sobre nuestra vida, podríamos beneficiarnos más de abrir nuestras perspectivas y experimentar la vida tal como es: un flujo continuo, libre de la necesidad de imponerle un propósito o sentido externo.
Filósofos, intelectuales y místicos parecen estar de acuerdo, hemos de liberarnos de nuestras narrativas internas, sin embargo la idea de “vivir en el presente” no es tan sencilla ni garantiza una transformación total. Steven C. Hayes⁶, fundador de la terapia de aceptación y compromiso (ACT), nos invita a soltar estas historias y observar nuestras experiencias sin aferrarnos a ellas, pero en la práctica, desidentificarse de un autoconcepto tan arraigado puede ser complejo. Nuestra tendencia a crear y seguir narrativas responde a una necesidad profunda de sentido, de identificación con nuestra personalidad. ¿Acaso no es este artículo una narrativa? Desafiarla requiere no solo técnicas, sino también un cambio de perspectiva continuo y nada fácil. La promesa de liberación en el “ahora eterno” es inspiradora, pero para muchos, alcanzar esta paz sin narrativa es, al final, un reto tan humano como inacabable.
Dicho lo cual, quiero pensar que, aunque nos resulte imposible silenciar ese narrador interno, el simple hecho de reconocer su existencia es un paso valioso. Al ser conscientes de cómo nuestras historias refuerzan nuestros esquemas mentales, ganamos libertad para cuestionarlas, elegir cómo queremos vivirlas y ser más tolerantes con el prójimo… el cual, no lo olvidemos, también es víctima de sus propias historietas.
Un primer paso podría residir en no reaccionar a las narrativas de los demás: en el fondo son solo películas.
Referencias:
- ¹ Sartre, J. P. (1938). La Náusea. Gallimard.
- ² MacIntyre, A. (1981). After Virtue: A Study in Moral Theory. University of Notre Dame Press.
- ³ Goldie, P. (2012). The Mess Inside: Narrative, Emotion, and the Mind. Oxford: Oxford University Press.
- ⁴ Camp, E. (2017). Perspectives in Imaginative Engagement with Fiction.
- ⁵ Watts, A. (2011). Stop Talking to Yourself. Recuperado de la transcripcón de este discurso https://www.youtube.com/watch?v=rxtPKL7yE98
- ⁶ Hayes, S. C., Strosahl, K. D., & Wilson, K. G. (2012). Acceptance and Commitment Therapy: The Process and Practice of Mindful Change. Guilford Press.