Piotr Woźniak olvidaba cosas. No más que cualquiera, pero a él le resultaba insoportable. Ingeniero polaco, perfeccionista por naturaleza, dedicó años a estudiar la memoria humana con una obsesión digna de su espíritu meticuloso. Para él, olvidar suponía un fallo del sistema que debía resolverse a base de fórmulas y tablas.
No era, en realidad, el primero en preguntarse cómo y cuándo olvidamos. Cien años antes, el psicólogo alemán Hermann Ebbinghaus ya había trazado la famosa “curva del olvido” y demostrado que, para recordar algo, lo mejor era repasarlo justo antes de que la memoria lo desterrara. Pero Woźniak fue el primero en llevar esa intuición a su extremo lógico: si el olvido tiene una lógica matemática, también la debe tener el repaso.
En los años 80, armado de paciencia y cuadernos cuadriculados, empezó a registrar cuándo y cómo olvidaba lo que estudiaba. Si podía optimizarse, lo hacía. De ahí, un día, surgió la primera versión de SuperMemo: un método (y luego un programa informático) que prometía a sus usuarios recordar sin límites…
A Woźniak le debemos el método, pero a un programador australiano llamado Damien Elmes el truco de no tener que llevar cuadernos cuadriculados a la playa. Elmes desarrolló Anki para aprender japonés —palabra que, precisamente, significa “memorización” en ese idioma—. Gratuita y de código abierto, la aplicación automatiza la repetición espaciada mediante tarjetas inteligentes, también conocidas como flashcards.
El funcionamiento es tan sencillo como eficaz: Anki utiliza “barajas” (decks), que no son más que mazos de tarjetas con preguntas por un lado y respuestas por el otro. Tú mismo puedes crearlas: basta con escribir la pregunta y la respuesta, o añadir imágenes, audio y cualquier detalle que ayude a recordar. El programa te muestra las tarjetas justo cuando estás a punto de olvidarlas. Si aciertas, esa tarjeta tardará más en volver; si fallas, la verás antes. Así, Anki automatiza el principio que Ebbinghaus y Woźniak demostraron en su día, pero sin algoritmos ni registros complicados: solo tú, tus tarjetas y un poco de constancia.
Además puedes usarlo en el móvil, la tablet o el portátil; en la tumbona como en el tren o durante una sobremesa aburrida. Basta con dedicarle cinco o diez minutos al día. Recuerda, si alguna vez te resulta pesado, es culpa del contenido, no de la herramienta: la clave está en crear tarjetas que de verdad te resulten útiles, curiosas o divertidas.
Algunos ejemplos frescos para el verano:
- Letras del grupo que vas a ver en el próximo festival, para poder corear algo más que el estribillo.
- Recetas exprés para impresionar a la familia.
- Un deck de trivia histórica sobre tu destino veraniego: fechas improbables, monarcas olvidados, y la excusa perfecta para presumir en las largas veladas.
- Trucos de cartas infalibles para amenizar la tarde.
La regla de oro: conviértelo en un juego y no en una obligación. Si tienes que memorizar algo, al menos que te saque una sonrisa entre chapuzón y visita guiada. Aquí tienes las formas oficiales de descargar Anki.
Elige la versión adecuada para tu dispositivo:
- Escritorio (gratuito):
- Móvil:
Para orientarte en la instalación, puedes consultar la guía de instalación.
Y, en caso de que no quieras instalar nada, puedes utilizar la aplicación en tu navegador, basta que crees una cuenta en https://ankiweb.net. Además, ahí podrás encontrar miles de barajas, entre ellas la de los sesgos cognitivos que hablamos en el artículo del mes pasado.
